martes, 2 de octubre de 2012

Una y Otra Vez


By: Walter Gomez
Una y Otra Vez

Entre las apretazones se había subido a la camioneta una mujer maya, de unos 25 años, con sus dos hijos, el bebé en la espalda, y la niña, de unos 5 o 6 años iba de su mano. A regañadientes alguien le cedió su asiento, ya fuera por cabellero o por no verse mal. Aquella mujer que vestía el traje de su pueblo, llevaba el semblante descompuesto, desconsolado, como si no hubiera logrado vender mucho ese día y no le alcanzaría para darle de comer a su familia. Seguramente se dirigía a uno de tantos asentamientos que pululan al rededor de la ciudad, y en el que, ya sea por invasiones, por sub arrendamiento o tras haber sido engañados y estafados varias veces, logró tener acceso a un pedacito de tierra en donde levantar una champa para que tuvieran en donde "vivir".

No podía dejar de pensar en cuántas veces se repite hoy en día el drama de Dominga Coc, quien además de ser víctima de la guerra, fue víctima también del despojo de la tierra que sufren nuestros campesinos. En 1982, su esposo, que tramitaba en el INTA la adquisición de las tierras donde vivía, fue capturado y desaparecido por el ejército en el valle del Polochic, al ir a buscarlo, Dominga, junto a sus dos hijas, fue tomada presa, violada, torturada y asesinada también por el ejército. Y sus tierras, al igual que las de otras familias de esa zona entre las Verapaces e Izabal fue a dar a manos de las familias Maegli, Widmann y Milla o de Flavio Monzón.

A finales de la década de l950, Jacobo Arbenz logró dar acceso a tierras a cientos de campesinos en las fincas de Jocotén, Almolonga, Pinula, Santiago y Santiaguito, en Tiquisate y Nueva Concepción, en el departamento de Escuintla. Pero al ser derrocado Arbenz, el gobierno de Carlos Castillo Armas comenzó una ola de terror para despojar de sus tierras a estos campesinos y las cedió a miembros del MLN de Mario Sandoval. Estas tierras fueron convertidas en fincas algodoneras y azucareras y quienes fueron sus dueños trabajaban ahora como peones.

Estos son solo ejemplos de tantas vejaciones que nuestro pueblo ha sufrido a causa de la tenencia de la tierra, un drama que empieza con la venida de los españoles y que pareciera que no va a tener fin.

Hace pocos días un grupo de pobladores de asentamientos intentaron levantar champas frente a Casa Presidencial, en demanda de la legalización de las tierras que hoy habitan: laderas de barrancos infestadas de maras, áreas en riesgo, sin agua entubada, sin electricidad, terrenos que una fuerte lluvia podría llevarse sin tanto esfuerzo. En resumen, tierras que nadie quisiera habitar, pero que por la necesidad fueron tomadas por pobladores de escasos recursos.

Y los comentarios no se hicieron esperar. Lo he dicho antes, en la era de las redes sociales todos somos valientes para repetir sin analizar, egoístas hasta la médula e irrespetuosos hasta con nuestra propia madre. En menos de un minuto, los llamaron limosneros, muertos de hambre, aprovechados, delincuentes, aferrados, haraganes y ladrones, entre muchas otras cosas. El argumento principal de esas hordas de internautas es que aquellas personas "ni trabajan y quieren casa" o "que trabajen primero" o "para que se llenan de hijos pues" y no pude más que lamentar la ceguera que nos envuelve, ese egoísmo desmesurado que no nos deja darnos cuenta de que si a esas personas el sistema les ha negado el acceso a la educación, por consiguiente, les ha cortado de tajo el acceso a una vida mejor, que redundaría en vivienda digna, salud, planificación familiar, trabajo bien remunerado, servicios básicos y uno que otro satisfactor extra. Pero sucede que no, simplemente el guatemalteco promedio no tiene ni para comer y no es porque no trabaje, sino porque no hay donde, no hay como y la miseria crece y se apodera de nosotros y entonces, no tenemos ni donde vivir tampoco.

Si bien es cierto que en nuestros días no es política de estado perseguir y asesinar pobladores para quitarles sus tierras y repartirlas, si lo es negar el acceso a una vida digna y de allí que nazcan tantos asentamientos e invasiones, pero somos incapaces de comprenderlo. Cuántas  Dominga Coc deamulan por las calles y por cuánto tiempo se va seguir repitiendo el mismo drama, en diferente escenario.

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